
La expansión del coche eléctrico está modificando de forma progresiva la manera en que se aprende a conducir.
No es solo una cuestión de innovación industrial, sino un cambio que afecta a la formación vial, a la percepción del riesgo y a la relación cotidiana entre el conductor y el entorno urbano. A medida que los vehículos eléctricos dejan de ser una rareza, las autoescuelas se ven obligadas a revisar métodos, contenidos y prácticas que durante décadas giraron en torno al motor de combustión.
Los datos ayudan a entender la magnitud del cambio. Según cifras de la Dirección General de Tráfico, en 2023 el número de turismos eléctricos e híbridos enchufables matriculados en España superó por primera vez el 12 por ciento del total anual, con un crecimiento sostenido respecto a los años anteriores. La Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles sitúa esta tendencia dentro de un proceso común en la Unión Europea, donde el objetivo de reducción de emisiones acelera la presencia de vehículos eléctricos en flotas privadas y escolares.
Conducir un coche eléctrico implica aprendizajes específicos. El silencio del motor, que reduce la contaminación acústica, altera la forma en que el conductor percibe la velocidad y el tráfico circundante. En ciudad, esta característica exige mayor atención hacia peatones y ciclistas, que pueden no anticipar la presencia del vehículo. La aceleración inmediata, propia de los motores eléctricos, introduce además una gestión distinta del pedal, especialmente en situaciones de arranque o incorporación.
La formación vial incorpora también la comprensión de la frenada regenerativa, un sistema que recupera energía al reducir la velocidad y que modifica la dinámica de conducción. Estudios del Instituto de Investigación del Transporte de la Universidad Politécnica de Madrid señalan que los nuevos conductores necesitan un periodo de adaptación específico para integrar correctamente esta respuesta del vehículo, evitando hábitos heredados de modelos tradicionales.
Otro ámbito en el que cambian los contenidos formativos es la gestión de la autonomía. La planificación de trayectos, la lectura de indicadores de consumo y el uso responsable de sistemas auxiliares forman parte de competencias que antes apenas se trataban. Informes de la Agencia Internacional de la Energía subrayan que una conducción eficiente puede ampliar la autonomía de un coche eléctrico hasta un 20 por ciento, una diferencia relevante para conductores noveles que todavía no dominan el vehículo.
Estos cambios técnicos se incluyen también en una reflexión más amplia sobre movilidad segura y accesible. El vehículo eléctrico, por su suavidad mecánica y por la integración de ayudas a la conducción, abre nuevas posibilidades para personas con determinadas limitaciones físicas. Sin embargo, esta accesibilidad potencial exige una formación rigurosa, que evite la dependencia excesiva de sistemas automatizados y mantenga la atención activa como principio básico de seguridad vial.
En este contexto, algunas autoescuelas han comenzado a adaptar sus flotas y programas. La experiencia práctica resulta decisiva para interiorizar las diferencias entre tecnologías. La autoescuela RACC ya incorpora prácticas con coches eléctricos para preparar a los conductores del futuro. Esta incorporación responde a un escenario en el que el contacto directo con el vehículo se convierte en una parte imprescindible del aprendizaje, más allá de la explicación teórica.
La figura del instructor gana peso en este proceso. Enseñar a conducir un coche eléctrico requiere formación técnica actualizada y capacidad para traducir datos y sistemas complejos en comportamientos seguros. Investigaciones publicadas en revistas académicas sobre educación vial indican que el acompañamiento en las primeras horas de conducción es determinante para evitar errores persistentes, especialmente en la dosificación de aceleración y en la anticipación de frenadas.
La adaptación de la enseñanza cuenta también con el respaldo de entidades con trayectoria en seguridad vial. Los expertos en conducción RACC han integrado la movilidad eléctrica dentro de sus programas formativos, manteniendo como eje la prevención de riesgos y la lectura consciente del tráfico. Esta continuidad permite enlazar décadas de experiencia con un escenario tecnológico en rápida evolución.
Las estadísticas refuerzan la necesidad de esta adaptación. La DGT señala que más del 30 por ciento de los accidentes leves registrados en zonas urbanas involucran a conductores con menos de dos años de carnet. En un entorno donde conviven coches eléctricos, patinetes y bicicletas, la formación inicial adquiere un papel central para reducir incidentes y mejorar la convivencia vial.
El aprendizaje de la conducción ya no se limita a dominar un vehículo, sino a comprender su inserción en un ecosistema complejo. El coche eléctrico obliga a repensar hábitos, tiempos de reacción y formas de anticipación. La formación vial se convierte así en el punto de encuentro entre tecnología, seguridad y responsabilidad social, en una carretera donde el futuro ya circula a diario.