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Kevin Schwantz, el espectáculo

31 Dic. 23 | 22:00
Schwantz Faltan MotoGP
Foto motogp.com

Kevin Schwantz. Uno de los pilotos más carismáticos y espectaculares de la historia.

Schwantz es el culpable de que muchos se aficionaran a MotoGP. En una época donde disfrutábamos las carreras en abierto, a través de Televisión Española, apoyábamos a los nuestros en las categorías inferiores para luego disfrutar del espectáculo de 500cc, entre norteamericanos y australianos. Muchos alucinaron con lo que el #34 era capaz de hacer con su Suzuki y pese a no ser español, hizo que muchos se engancharan para siempre.

Una demostración más de que el motociclismo es un deporte donde la bandera es secundario. Todos éramos de Schwantz o de Rainey, por lo que nos hacían sentir cuando los veíamos pilotar. El tejano llevó el #34 en el frontal de su Suzuki hasta su retirada, excepto en 1994 cuando lució el #1 del campeón, una tradición muy fuerte en su país donde lucirlo es obligatorio.

Un #34 que forma parte de la marca propia de Schwantz, fue una herencia familiar. Su tío Darryl Hurst lo lucía cuando era piloto y cuando Kevin empezó a correr, con su apoyo, decidió llevarlo. Un número que supuso el primer dorsal de la historia retirado en la categoría reina. Nadie puede llevarlo en MotoGP. Andrea Dovizioso, siempre lo llevó pero al subir tuvo que quedarse con el “04” al no poder ponerse el #34.

En 1988 Schwantz apareció “de la nada” en Suzuka, carrera inaugural, ganando a los dos mejores pilotos de los últimos años, Gardner y Lawson. Inolvidable aquella madrugada con su Suzuki RGV 500cc, colores Pepsi y de cómo lo celebró a lo grande al ganar. Toda su carrera deportiva con la marca de Hamamatsu, siendo el mayor embajador que Suzuki pudiera tener. Pese a que no tuvo ningún año la mejor moto y que una vez estuvo a punto de serle infiel e irse a Yamaha, siempre estuvieron juntos.

“El Pajarito”, como se le conocía en España, era el más carismático. Ocurrente ante los micrófonos, puro espectáculo con sus derrapadas, sus apuradas de frenada y sus largas piernas. A veces parecía que le sobraba moto por todas partes, pero usaba su cuerpo a la perfección para hacerla avanzar y sobre todo para detenerla más tarde que el resto. Es uno de los mejores, por no decir el mejor, “frenador” de la historia. Junto con Rainey, su gran rival, nos deleitaron con los que seguramente hayan sido los mejores duelos.

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Unas batallas en los que casi siempre Schwantz salía ganador, ya que Rainey era más cerebral y pensaba más en los puntos. No se puede escribir la historia de uno sin el otro y aunque Kevin siguiera pilotando hasta principios de ’95, no volvió a ser el mismo salvo contadas excepciones tras Misano ’93. Aquel día, con la grave lesión de Rainey, todo cambió también para Schwantz.

Tanto a él como a la Suzuki les faltó regularidad para ganar el título antes. Pese a todo nos regaló victorias inolvidables como en Suzuka ’89 o en Hockenheim ’91, cuando hizo una apurada imposible antes de entrar en el Motordrome. Aquel día frenó más allá del límite, “Cuando vio a Dios” y fue capaz de meter la moto con limpieza por el interior de Rainey y llevarse la carrera.

En 1992 empezó mal, pero cuando parecía que con la lesión de Doohan el destino le ponía por delante el título, Lawson lo tiró (y lesionó en Assen) y en Donington Park cayó, por culpa de aceite en pista sin marcar. Así llegó a 1993 donde Suzuki le dio una moto equilibrada, que ni rompía ni tenía puntos débiles. Estaba aún por detrás de la Honda, pero a un nivel parecido a Yamaha.

Al fin vimos al Schwantz centrado, que aparte de regalarnos actuaciones imposibles, podía pensar sobre la moto. Parecía que el merecido título estaba de camino cuando Doohan lo tiró (y lesiono) en Donington Park. Rainey aprovechó la ocasión para recuperar el liderato en Brno, aunque en Misano se hizo justicia de la manera más injusta posible. Es cierto que Schwantz había sido el mejor ese año y merecía la corona, pero no con una lesión tan grave de su rival. El propio #34 lo dijo. Hubiese renunciado a su sueño de ser campeón de 500cc si Rainey pudiese volver a pilotar.

Y es que la rivalidad que compartieron durante una década les llevó a niveles que otros sólo pudieron soñar. Siempre con respeto dentro de la pista, con el tiempo consiguieron ser amigos de verdad, pese a lo mucho que se habían “odiado” durante su carrera deportiva. Y es que la rivalidad bien entendida hace que los contendientes mejoren juntos, para conseguir “patear el culo” al otro, algo que sirve para todo en la vida aunque algunos a veces lo olviden.

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