En un raid, las etapas cronometradas se suman a largos tramos de enlace. Para los pilotos participantes, atletas en plena forma, resultan ser una dura prueba. Para nosotros, pobres mortales con poca forma física, a pesar de no tener tramos cronometrado alguno, las etapas largas se antojan grandes retos con muchas posibilidades de fracaso.
Por fin en Marruecos
En nuestro primer día, ya en suelo marroquí, tendríamos que hacer unos primeros 150 kilómetros de enlace por carretera hasta comenzar a manchar las motos por lo marrón. Llegaríamos hasta cerca de Guercif, donde empezaríamos el ascenso a la meseta del Plateau du Rekkam. Allí nos esperaban cerca de 200 kilómetros más de pistas, sin repostaje de combustible a la vista, que se antojaban algo duros para nosotros. No teníamos alojamiento reservado para esa noche, con lo que jugábamos con cierta flexibilidad. Con lo que no contábamos era que una vez bien avanzada esta parte de la etapa, salir de ella en busca de una rápida escapatoria por carretera, era casi imposible.
Pasito a pasito
Según avanzó el día, las pistas, nada rápidas y bastante rotas, iban causando mella en nuestras energías. Habíamos desayunado en Melilla al bajar del ferry a las siete de la mañana, pero durante el enlace por carretera no habíamos parado en ningún sitio, más que a repostar gasolina. La tarde se iba adentrando y el hambre también. En una de las paradas que hicimos, Miguel compartió con el resto algunos frutos secos, barritas de cereales y fruta deshidratada. Un escueto aperitivo para lo que mi diáfano estómago echaba en falta en ese momento. Cuando habíamos cumplido ya 150 kilómetros de polvorientas pistas, eran las cuatro de la tarde y en aquella enorme planicie, no había más que horizonte. Sí que nos cruzamos con algún pastor, pero poco más. Es una zona donde la vida es dura, solitaria y difícil. Supongo que de la misma forma que nosotros admiramos a los poquísimos habitantes del Plateau, ellos nos admiran a nosotros, pensando en la posibilidad que tenemos de darnos el lujo de atravesar su basta región, solo por capricho. Y es cierto. Somos unos afortunados.
Oscuridad
La noche empezaba a caer y apenas nos habíamos dado cuenta. La temperatura disminuyó bastante y el frío, unido al cansancio del día y a la falta de alimento, iba minando el ánimo y la moral. Afortunadamente, el camino se tornó liso. Se convirtió en una pista rápida, donde se podían mantener velocidades sobre los 90 km/h. La pista mutó de nuevo en una especie de carretera de grava prensada. El ritmo se podía incrementar, pero ya era de noche. El haz de luz hacía engañosa las trazadas de las curvas, ya que al salir de la rodada más oscura, la grava estaba suelta y los sustos eran casi constantes. Afortunadamente, llegamos a Annual, ya con bastante oscuridad, sobre las siete de la tarde.
Dos de mis compañeros, Oscar y Miguel, habían sido previsores y portaban un bidón de cinco litros de gasolina. En una de las paradas anteriores, se la repartieron entre ambos. Aun así, llevábamos ya más de 200 kilómetros sin repostar y su autonomía estaba a punto de agotarse. Para nuestra sorpresa y por pura falta de previsión, en Annual no había gasolinera ni sitio donde dormir. Después de preguntar a un lugareño, que se ofreció a vendernos gasolina de garrafa, decidimos intentar llegar hasta Talsint, a unos 30 kilómetros. A punta de gas, a no más de 70 km/h para consumir lo menos posible, llegamos y paramos en una de sus gasolineras con los depósitos prácticamente secos. Justo a la vuelta de la estación de servicio, había un hotel. Ni lo pensamos.
Línea de meta
Entramos de cabeza al hotel, pidiendo habitación y cena. El precio, algo alto para ser el sitio que era, nos dio absolutamente igual. Necesitábamos una ducha y echar algo al gaznate, después de todo el día al lomo de la moto. Al final, la etapa salió algo más larga de lo que nos hubiera gustado: 420 km., de los cuales, casi 250 de campo. Para cuatro puretas con poca costumbre y flaqueando energías, podríamos considerarlo un pequeño hito en el viaje. La cena nos sentó como al mejor de los reyes. Incluso dormimos más de lo esperado, metiéndonos en la cama sobre las once de la noche. Para el día siguiente, haríamos una parte de la etapa que yo ya conocía, desde Beni Tajjite hasta Boudenib.
Línea de salida
Desayunamos en el mismo hotel en el que dormimos, con el típico desayuno marroquí, que tiene prácticamente de todo: zumo, té, leche o café, bollería, tortas, pan, mermeladas, mantequilla, quesitos, huevos cocidos, yogurt, etc. Y ante la expectativa de repetir el plan del día anterior, sin parar a comer a mitad del día, no dejamos prácticamente nada en la mesa. Con la barriga llena y los depósitos de gasolina en el mismo estado, salimos para enlazar por carretera hasta Beni Tajjite. No más de 30 km. Justo en el centro del pueblo, al lado de una gasolinera, yo me adelanté para comentar con Miguel, quien abría ruta, que conocía donde coger la pista hacia Bounedib. Cuando nos paramos, el motor de la KTM de Óscar se detuvo. Ya venía haciendo cierta sonoridad mecánica poco habitual. Su 690 nunca fue un motor silencioso, pero aquella mañana sonaba más de lo habitual.
Intentamos arrancarla con su propio motor de arranque, sin éxito. Empujamos entre varios, sin éxito. Y finalmente, después de ya media hora allí parados, decidimos llamar a la grúa. Qué gran verdad es esa que dice que el tiempo en África pasa de forma distinta. Cuando pedimos la asistencia, nos contestaron que en hora y media estaría allí la grúa. Nos apresuramos a buscar un taller donde poder realizar la eventual reparación y decidimos llamar a Royal Garage, en Erfoud, ya que estaba en nuestra ruta de ese día. Esa hora y media de espera se convirtió en cinco horas de espera, hasta que la grúa llegó. Montamos la KTM en la plataforma y ya en la tarde, Miguel, Jose y yo, seguimos la ruta por pistas planeada hasta Bounedib. Acordamos con Óscar el vernos en Erfoud, pensando que con algo de suerte, la moto estaría lista esa misma noche. Ingenuos.
La tormenta perfecta.
El tramo hasta Boudenib solo tenía un punto de cierta dificultad: una pequeña trialera, de no más de 500 metros entre subida y bajada, que el año pasado se atragantó a algún miembro del grupo que íbamos. Sin embargo, cuando llegamos a este paso, una alisada cuesta de piedra suelta era toda la dificultad en la subida. Se ve que con el tránsito de viajeros y las lluvias, la ya difícil trialera quedara intransitable por completo. La bajada si que seguía teniendo cierta dificultad, pero nada imposible de hacer. Una vez terminamos este tramo, en las cercanías de Boudenib, decidimos avanzar por carretera, para alcanzar a Óscar, quien suponíamos que ya estaría llegando en grúa al taller.
Pero si por algo se caracterizó este viaje, fue por la imprevisión ante ciertos problemas, que no hacían más que surgir. Aquel domingo, una gran tormenta de arena, seguida de lluvias torrenciales, nos hizo retrasarnos aún más, pues muchos tramos de las carretas quedaron completamente inundados. Sin querer hacer un símil con la gota fría española, aquellas lluvias en Marruecos me parecieron las puertas del infierno. Y pero aún fue atravesar los torrentes de agua, que generaban cientos de metros de colas de coches, mientras los tres inconscientes españoles, nos aventurábamos a cruzarlos en moto. Pero esto, os lo cuento en la próxima entrada del viaje. ¡Gracias por seguirlo!
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