
Cuando se viaja a un país en vías de desarrollo, como Maruecos, hay que estar abierto a cualquier clase de percance. También hay que tener en cuenta que los planes pueden cambiar de un día para otro. La flexibilidad y la paciencia son claves, si no quieres desesperarte.
Mojados hasta los huesos
Para llegar a Erfoud, donde suponíamos que Óscar nos estaba esperando en el taller, teníamos algo más de 100 km por carretera. Nada complicado, en principio. Pero cuando conseguimos enlazar con la vía que nos llevaría hasta nuestro destino, el cielo se tornó marrón. Llevábamos un buen rato viendo cómo una tormenta se iba formando, en la dirección hacia donde teníamos que ir. Cuando nos cayeron las primeras gotas, nos apresuramos a ponernos los chubasqueros. Pero estando allí parados, al margen de la carretera, vimos como una gigante nube de arena y polvo avanzaba hacia nosotros. Lo hacía a tal velocidad que a duras penas nos dio tiempo a protegernos.
Con la visera del casco bajada, la fina arena solo molestaba un poco. Pero el fuerte viento dificultaba el ponernos en marcha. A no más de 40 km/h, avanzamos unos pocos kilómetros entre la gigante polvareda. Pero esa tormenta de viento y arena se fue tan rápido como llegó. Eso sí, dando paso a una tormenta torrencial que no nos dejaba avanzar a mucha más velocidad. El agua nos azotaba sin compasión, mientras el viento nos hacía llevar las motos completamente escoradas. De esta guisa aguantamos unos 50 kilómetros. A lo lejos veíamos que los negros nubarrones se esclarecían y poco a poco íbamos viendo el fin de la tormenta.
Ya con el sol prácticamente oculto y con muy poca agua cayendo del cielo, la dificultad la encontramos en todo el agua que se estaba acumulando en la carretera. Con el reflejo del atardecer en el suelo, apenas se distinguían los largos charcos. Pero no tardamos más que unos minutos en encontrar una fila de coches detenida. Con precaución, avanzamos hasta el principio de la cola. Yo pensaba que se trataría de algún accidente, pero no. Un torrente de agua cruzaba la carretera de una forma bastante vigorosa. Serían unos 50 metros, pero la cantidad de agua, así como la fuerza con la que atravesaba la carretera, impedía el paso de los vehículos. Nuestra primera opción fue esperar a que el cauce disminuyera, como el resto de gente que allí esperaba.
El río que nos lleva
En la hora que estuvimos allí esperando, cruzaron un par de tractores. El ver como el agua los azotaba y el ver la profundidad que tenía el torrente, nos hacía resignarnos y seguir esperando. Pero hubo un momento en el que un viejo Hummer militar atravesó hasta el otro lado y después un par de todo-terrenos se aventuraron a hacerlo. En ese momento, decidí que había que dejar de pensar qué hacer y pasar a la acción.
Arranqué mi veterana KLX y en primera, de pie sobre los estribos, crucé la corriente de agua con algo de dificultad. Es cierto que el en la parte donde más azotaba el agua, te sacaba unos metros de tu trayectoria, pero insistiendo con el manillar y aprovechando la buena tracción del motor, llegué hasta el otro lado. Mis compañeros, Miguel y Jose, se aventuraron detrás de mí y de esta forma seguimos unos kilómetros más.

Pero no había pasado ni diez minutos, cuando nos encontramos con otra cola de coches aún mayor. Esta vez, el torrente de agua era mucho más caudaloso y ancho. Pero al poco de llegar, dos coches se lanzaron, con cierto grado de inconsciencia, al agua. Gas a fondo, con el agua casi por sus ventanillas y con bastante dificultad, llegaron al otro lado. En aquel momento, ya de noche por completo, pensé en que esperar otra hora allí no nos aportaría nada. Sin comentarlo con mis consortes, arranqué y me lancé al agua.
Intenté empezar a cruzar por el margen izquierdo de la carretera, ya que el agua venía por ese lado y sabía que la corriente me arrastraría hacia la derecha. Lo que no conté es que tenía tal fuerza que llegó un momento en el que con la dirección girada hacia mi izquierda y gas a fondo por completo, el agua me arrastraba sin remedio al margen derecho. Cuando ya estaba a punto de salirme y ser arrastrado por la corriente, la profundidad disminuyó lo justo para que la moto corrigiera la trayectoria y conseguir cruzar al otro lado, donde más de uno estaba ya con las manos en la cabeza, esperando la tragedia.
Con la adrenalina por las nubes, ya en tierra firme, aparqué la moto para intentar indicar a mis compañeros que se echaran todo lo posible a la izquierda de la carretera. Pero no pasaban. De hecho, estuve esperando unos quince minutos hasta que Miguel se armó de valentía y se lanzó al agua. Detrás de él, Jose con su Husqvarna, el cual estuvo incluso más a punto de caer a la corriente que yo. Después de estar ya los tres juntos, comentaban como al verme pensaron que no iba a superarlo y que por poco caigo al agua, por lo que estuvieron un largo rato pensando y dudando si cruzar o esperar a que el caudal disminuyera.
Juntos de nuevo
Estábamos mojados hasta las grapas del pasaporte. Afortunadamente, la temperatura no era muy baja. Continuamos nuestro trayecto por carretera, cruzando alguna que otra inundación, pero de mucha menos intensidad. Cuando llegamos a Erfouz, eran las nueve de la noche. Localizamos fácilmente el Royal Garage y justo en frente, estaba Óscar, tomando un café en la terraza de un restaurante. Según le contábamos nuestra pequeña aventura pasada por agua, él nos contaba que hasta la mañana siguiente a las 9, no podrían mirar la moto en el taller. Así que decidimos cenar allí mismo y preguntar por un sitio donde pasar la noche. En el mismo restaurante nos recomendaron un hotel a las afueras del pueblo, donde pasar la noche: La rose du desert.

A la mañana siguiente, a las 9, estábamos ya en el taller. Insistiendo un poco, se pusieron manos a la obra. A pesar de nuestras indicaciones, empezaron a mirar si al motor le llegaba gasolina. Para nosotros, ninguno mecánico, nos parecía un problema de distribución, debido al ruido que la moto tenía estos últimos días. Pero ellos insistieron y desmontaron el depósito, que en esta KTM hace las labores de subchasis. Después de limpiar el filtro de gasolina, siguieron con las bujías. Aunque estas tenían chispa, insistieron en limpiarlas. Pero ya después de ver que ninguna de estas cosas era la causa de que el motor no arrancara, les pedí seriamente que levantaran la tapa de balancines, para ver si era de distribución, reglaje de válvulas o similar. Ya había pasado toda la mañana y era casi la hora de comer. Pero por fin, accedieron.
Y aquí comenzó nuestro pequeño calvario. Nada más levantar, vieron que el balancín de las válvulas de admisión, se había partido. A partir de ese momento, comenzamos a buscar la pieza de repuesto. Estando en un pueblo relativamente apartado de todo, menos del desierto, solo la logística del envío de la pieza se antojaba complicada, pero no imposible. Durante el resto del día, movimos Roma con Santiago, intentando localizar la pieza en los distribuidores de KTM en Marruecos (Casablanca), en Melilla y en Madrid. Pero en ningún sitio conseguimos nada.
Es cierto que es una pieza difícil de tener en stock. Pero al final del día, a través de un conocido, de alguien del taller, localizaron un despiece de una 690 en Casablanca. Localizamos al propietario, pero se mostró esquivo y quedó en darnos una contestación al día siguiente. Era lunes y llevábamos toda la tarde buscando la pieza sin éxito. Ante esta perspectiva y con la esperanza de conseguir algo con el vendedor del despiece, cenamos y nos fuimos a dormir al hotel.
La recompensa
Por la mañana, sin noticias del vendedor del despiece, la opción de repatriar la moto era la más factible. Así que Óscar comenzó los trámites con el seguro. Entre tanto, decidimos ir a Merzouga a comer en Café Moreno. Su propietario, Mohamed “moreno loco”, nos trató con exquisita hospitalidad el año pasado, con lo que era visita obligada para nosotros. Mientras que Óscar luchaba con el seguro, ya que todo tipo de pegas e impedimentos aparecen cuando hay que repatriar la moto a España desde otro país, se abrió otra vía de encontrar la pieza. A través del distribuidor de KTM de Casablanca, nos habló de una compañía de alquiler de KTM en Agadir. Tenía mucho repuesto, debido a la gran cantidad de motos para rentar que tenía. Cuando conseguimos hablar con él, ya en Merzouga, la esperanza de poder reparar la moto nos invadía a todos.

Nos dijo que tenía un despiece de KTM 690, con la biela rota, pero la culata sana. Iban a desmontar la culata y mandaba conduciendo a uno de sus mecánicos, para reparar la moto in situ. Agadir está en la costa atlántica, a más de 600 kilómetros de Erfoud. El mecánico conduciría toda la noche, para llegar a nuestro hotel de madrugada y a primera hora, reparar la moto. Además, el precio de la reparación era asequible, con lo que nos volvimos eufóricos y decidimos celebrarlo alquilando unos quad y haciendo una pequeña ruta por las dunas de Erg Chebbi.
Quizás fue el momento más divertido del viaje, ya que haciendo el “talibán” por las dunas, con los quad de alquiler, se nos olvidaron todos los problemas y dificultades por las que habíamos pasado desde el domingo por la mañana. El pobre guía, tuvo que llamarnos la atención en más de una ocasión, ya que hasta algún vuelco tuvimos por no hacerle caso. Qué bonito es el desierto visto desde lo alto de las dunas.

Pero qué poco dura la alegría en la casa del pobre. A la mañana siguiente, las cosas no salieron como esperábamos. Era ya el tercer día atascados en Erfoud y había que tomar una decisión, pero esto os lo cuento en la próxima entrada. ¡Gracias por seguir el viaje!
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