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Singular viaje a Marruecos: parte 4

23 Nov. 19 | 16:00
Imagen: Jesús Gutiérrez

Después de tres días de incertidumbre, tiempos muertos y preocupación, parecía que íbamos a poder continuar nuestros planes. Pero cuando la vida, el destino, o la Ley de Murphy, se empeña en que algo no salga bien, no saldrá bien. Tendríamos que adaptar nuestros planes al devenir de las cosas.

Resignación

El miércoles amanecimos entusiasmados y esperando encontrarnos al mecánico de Agadir, en el aparcamiento del hotel. Pero según nos pusimos en marcha, Óscar nos leía un mensaje recibido en su móvil durante la madrugada: la culata que el mecánico tenía de despiece, no era válida para la versión de su moto. Todos nos vinimos abajo y la única opción era mandar la moto de vuelta a España. Pero nada es tan fácil como parece. El seguro se desentendía de la repatriación de la moto, ya que el valor del envío hasta España, superaba el valor venal de esta. Para nosotros carecía de sentido, ya que es una moto del año 2011. Pensamos que el seguro se quiso desentender y nos dio largas.

La grúa a Melilla
Imagen: Jesús Gutiérrez

Gracias al gerente del hotel donde estábamos alojados, desde el domingo, nos consiguió un hombre que podía llevar a Óscar y su moto hasta la frontera de Melilla. No era barato, pero si que era la opción más económica que encontramos. El pobre tuvo que desembolsar 4.000 Dirhams, unos 400€ al cambio, para hacer un viaje de más de 9 horas en una furgoneta Mercedes con cuarenta años. La idea era cruzar la frontera a pie y ya en territorio Español, llamar de nuevo a la grúa. Pero esta únicamente dejaría la moto en el concesionario de KTM de Melilla donde, por cierto, aún está a día de hoy. Así que cuando el hombre apareció, cargamos la KTM, nos despedimos de nuestro amigo y decidimos hacer la ruta que en principio teníamos planeada para dos días atrás.

Mucha arena

Enlazamos por carretera hasta Merzouga, que estaba a algo más de media hora. Allí repostamos, tomamos un refresco y seguimos adelante. La idea era llegar hasta Tafraout y allí hacer noche en un albergue. A los pocos metros después de salir de Merzouga, cogimos una pista, al principio pedregosa y con algunos camiones. El polvo que quedaba suspendido en el aire era denso y costaba visualizar la trazada por donde guiar la moto. Estábamos cerca de la frontera con Argelia y era una pista relativamente fácil, no muy rápida. Hicimos una parada para beber agua en medio de lo que parecía ser un lago seco, de grandes dimensiones. Y allí, como en el resto del país, por muy solo que parezca que estás, siempre aparece alguien mostrando interés por ti.

Al fondo: Argelia
Imagen: Jesús Gutiérrez

Dos hombres montados en una imitación china de la Honda Cub, muy destartalada y gastada, se pararon a nuestra vera. Uno de ellos hablaba algo de español. Nos explicó que trabajó en España. Curiosamente, le gustaron mis gafas de sol y me propuso cambiarlas por las suyas. Allí, en medio de la nada, me pareció lo más surrealista tener que andar convenciendo al morito de que mis gafas eran peores que las suyas y que no me interesaba el cambio. Entre tanto, nos comentaron que al pasar Ramblia, un albergue que se encontraba en unos kilómetros, las fuertes lluvias de los días anteriores, habían llenado el cauce el río que había justo a continuación.

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Al agua patos

En este viaje hemos hecho más vadeos que en los últimos años. Cuando pasamos Ramblia, la arena fina de desierto y el fes-fes, complicaban mucho la conducción. La moto se hundía sin compasión en la arena y había que exprimir hasta el último de sus caballos, para poder avanzar. Serían las dos de la tarde y el sol apretaba sin compasión aquel día. El esfuerzo al que estábamos sometiendo a las motos era supino y la idea de romper el motor allí, en medio de la nada, se apoderó de mí. Pasar el calvario que Óscar estaba pasando para volver con la moto a España, era algo que me agobiaba por completo. Pero entre pateos, gas a fondo en primera y segunda, la sensación de caernos constantemente y un sofoco de aupa, apareció un todo terreno con cuatro hombres dentro.

Preciosos paisajes en Marruecos
Imagen: Jesús Gutiérrez

Se acercaron a ofrecer sus servicios como guías, para cruzar el río que estaba un poco más adelante. Les dijimos que en principio no los necesitábamos. Seguimos avanzando, a duras penas, hasta la orilla del río. En efecto, las lluvias habían provocado que aquel cauce seco, que en circunstancias normales se hubiera cruzado sin mención alguna, se hubiera convertido en un río de unos veinte metros de ancho, con un caudal considerable. Por donde se veía que normalmente seguía el camino, no parecía posible cruzar. A la otra orilla, la corriente había descarnado la tierra y había un escalón, seguido de una fuerte pendiente, hendida en dos rodadas hechas por los todo terrenos. Los moritos allí seguían, diciéndonos que por aquí no se podía y que ellos nos enseñaban por donde cruzar, a cambio de unos cuantos Dirhams.

Indecisión

Allí en medio de la discusión y de la indecisión, Jose sufrió un golpe de calor. La alta temperatura, unido a la poca transpiración de la equipación de moto, hizo que se tuviera que sentar en una sombra totalmente mareado. Yo tampoco estaba muy allá. Estaba exhausto después del pateo anterior, remando con la moto para salir de la trampa de arena. Pero entre Miguel y yo decidimos buscar una alternativa para cruzar, mientras Jose se recuperaba. A pesar de seguir la orilla hacia arriba y hacia abajo bastantes metros, no veíamos mejor opción que intentar cruzar donde estábamos al principio. Para comprobar cómo era el fondo del río, nos metimos andando, hasta que el agua cubría buena parte de la bota. Y nada más hacerlo, comprobamos que el fondo era duro, compacto y parecía tener suficiente agarre.

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No me lo pensé dos veces. Al igual que el domingo cruzando las carreteras inundadas, me puse la chaqueta, el casco y desoí los consejos de los moros que querían hacer negocio de nuestro cansancio y desconocimiento. Arranqué mi fatigada KLX, entré el en agua y gas a fondo atravesé el cauce sin mayor complicación que el agua saliendo por todas partes. Hasta el interior del casco acabó mojado. El balate que me esperaba en la otra orilla contraria se superó de la misma forma: gas a fondo y buscando tracción entre aquellas rodadas. Realmente era más complicado salir del río que atravesarlo. Detrás de mi se lanzó Jose, ya prácticamente recuperado. Aunque se quedó parado en la fuerte subida, con un poco más de gas salió del apuro. Miguel cruzó después, sin dificultad, justo cuando los moros se montaban en su coche y se daban la vuelta, decepcionados por no sacarnos un duro.

La vuelta

Desde allí hasta Tafraut, la pista era muy difícil. Mucho fes-fes, pistas de arena muy suelta, en las que un todo terreno se desenvuelve con relativa soltura, pero en las que ir en moto se antoja una suerte de técnica, velocidad y confianza. En algunas de las trampas de arena, el reloj de temperatura de mi radiador superaba los 110 grados, a pesar de que el electroventilador no paraba de soplar. Yo no paraba de sufrir pensando que en algún momento, mi pobre veterana diría basta. Pero no. Si algo me ha demostrado la KLX en este viaje, es que estaba en mucha mejor forma física que yo. Llegamos al albergue de Tafraut deseando beber algo fresco en su interior. Era una edificio bajo, de adobe. La temperatura dentro de él era como si tuvieran un aire acondicionado puesto. Qué maravilla de aislamiento natural contra el sol. El olor a cabra y pajar también se mascaba en el ambiente, pero nos daba igual.

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Cae la noche
Imagen: Jesús Gutiérrez

Después de un buen rato bebiendo y comiendo frutos secos de las provisiones de Miguel, decidimos no quedarnos a pasar la noche y seguir por carretera para completar circularmente la ruta hasta Risani. Eran pasadas las seis de la tarde y la noche iba a caer rápidamente. Hicimos unos 100 kilómetros más por carretera, en los que la oscuridad nos la jugaba al atravesar pequeños ríos de arena, por donde las carreteras habían sido invadidas por el agua días atrás. Conducir de noche en África es casi un acto de fe. Te guías por una leve sombra que ves por el rabillo del ojo. Instintivamente esquivas algo inexistente para tu vista, pero que al instante se convierte en un chaval en bici por el arcén sin luz alguna, o una señora andando con su burro cargado, justo en la trayectoria por donde ibas a pasar dos milésimas de segundo antes. Una de esas sombras, de considerable tamaño, me hizo clavar los frenos y los de mis compañeros que venía detrás de mí. Y menos mal, ya que un camello atravesaba la carretera felizmente, en busca del resto de su manada. Digamos que dormirte, no te duermes, por muy oscura y aburrida que sea la conducción.

Error

En las afueras de Risani decidimos buscar alojamiento en nuestro hotel favorito. Pero esto no era en Risani. Como teníamos Erfoud a tiro de piedra y agarrándonos al dicho de más vale malo conocido que bueno por conocer, decidimos volver a donde habíamos pasado las últimas noches. Paramos a cenar en el restaurante en el que habíamos pasado tantas horas de espera con la posible reparación de la KTM. Y ese fue nuestro gran error. En la cena, compartí una pizza “especial” con Miquel. Era muy sabrosa y contrastaba el salado sabor de los quesos, con dulces dátiles. Una receta muy singular, pero que esa noche pasaría factura a nuestros estómagos.

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No eran más que las primeras horas de la madrugada, cuando un horrible malestar se apoderó de mí. No podía estar tumbado en la cama boca arriba, ni de lado, ni boca abajo. Parecía que la cena quería salir fuera como fuese. Sin querer entrar en detalles demasiado escatológicos, aquella noche arroje lo cenado por todas las vías de salida que tiene el cuerpo humano. Miguel también enfermó, pero el aguantó el tipo y evito las múltiples visitas al baño. Si algo podía salir mal, estaba claro que iba a salir mal. Aún no habíamos decidido qué ruta íbamos a hacer, ya de subida, pero esta vez mis fuerzas iban a dictarnos cómo y cuando podríamos avanzar. Pero esto os lo termino de contar en la siguiente y última entrada de este peculiar viaje. ¡Gracias por seguirlo!

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