Hablar de Kevin Schwantz es hacerlo de un piloto que marcó una generación. Sólo un título mundial de 500cc adorna el palmarés, de uno de los pilotos más espectaculares y carismáticos de la historia. Como bien dijo Dennis Noyes, nunca habrá otro 34.
Kevin Schwantz debutaría en el Mundial en la carrera de Assen ’86, dejando destellos de calidad antes de caer cuando se encontraba dentro del TOP TEN. Le tocó la apasionante y difícil época de las salvajes 500cc, en la que sólo los americanos y australianos eran capaces de domarlas, como reconocía el tejano, “con la 500cc en un buen día era increíble como las cosas parecían pasar a cámara lenta, pero si no tenías la moto casi perfecta, era una lucha constante en cada curva”.
Kevin Schwantz no llegó haciendo Dirt Track, como otros americanos de su generación, lo suyo era el Trial hasta que probó la velocidad en su país. Al principio lo hacía por pasión, pero se dio cuenta que aparte era bueno y llegó a ser su manera de ganarse la vida. Pasión y trabajos unidos, el sueño de todos:
“Era mi sustento, era lo que amaba. Era lo que soñaba cada noche cuando me iba a dormir, cuando me levantaba por la mañana… era lo que me motivaba. Crecí como un niño siempre pensando que si alguna vez pudiera dedicarme sólo a las motos de carreras y ganarme la vida, esa sería la forma más genial de conocer a la humanidad” y lo cierto es que encontró su camino dentro del motociclismo, tanto que llegó a reconocer que “pilotar una moto es la cosa más excitante que se puede hacer con la ropa puesta” y creo que pocos le quitarán la razón.
En su primera temporada completa ganó la primera carrera. Suzuka ’88 fue un auténtico espectáculo ya luciendo su inseparable dorsal 34… ¿Sabéis de dónde viene? Seguramente esperéis alguna historia romántica sobre este número que ya es un icono de nuestro deporte, pero lo cierto es que el número 34 era el de Darryl Hurst, el tío de Kevin Schwantz, una gran influencia para él
Tal vez clave para que se convenciera de que podría dedicarse al motociclismo de forma profesional donde su padre no lo fue en sus primeros años. Creció viendo a su tío y cuando empezó a probar en moto lo mantuvo como un distintivo de la familia.
El resto del año ’88 no fue un camino de rosas. La Suzuki no estaba preparada para combatir a Honda o Yamaha, además de errores habituales de un “rookie” por parte de Schwantz. Pese a todo volvió a ganar en un Nurburgring totalmente empapado «Me solía gustar la lluvia porque sentía que hacía que mis motos fuesen exactamente iguales que las de los demás. En ese momento se convertía en una batalla de piloto contra piloto» – Dijo años después, ya que a él le motivaban esas carreras donde se sentía con las mismas armas.
La rivalidad de Schwantz con Rainey viene desde la época en la que coincidieron en el AMA SBK, actualmente conocido como MotoAmérica. Después de retirarse reconoció que “al principio Wayne Rainey y yo nos odiábamos”, en uno de los duelos más icónicos de nuestro deporte. La mayor motivación de ambos era ganar al otro ya que Rainey también lo reconoció abiertamente.
La carrera deportiva de Schwantz estuvo formada de actuaciones brillantes, errores decepcionantes y una moto que sólo estuvo a su altura en contadas ocasiones. Suzuki solía estar detrás de Yamaha y muy por detrás de Honda en lo referido a prestaciones, es por eso que una vez que ganó dijo ante el micrófono: “Hoy tenía la excusa perfecta por perder, pero he ganado y ya no sé qué decir”.
Para Kevin, la clave en MotoGP es la mente del piloto, «Creo que el 90% de las carreras de motos transcurre entre las orejas» y bien es cierto que en sus primeras temporadas reconoció que debía crecer en ese aspecto. Algo que le llevó a perder algunas carreras de forma incomprensible como cuando cayó en Jerez ’89 mientras estaba escapado, a falta de dos vueltas para acabar: “Estaba en la-la landia. Quise aflojar un poco el ritmo y me fui por los suelos” – reconocía entonces avergonzado.
La conducción salvaje le daba vida, y en su época era capaz de hacer cosas con aquellas motos que ni siquiera Rainey o Doohan podían entender. El australiano alguna vez reconoció que cuando Schwantz tenía el día de inspiración, era imposible de vencer. “Disfruto de los motores de dos tiempos por la relación directa entre el puño del gas y lo que ocurre en la práctica” – dijo Schwantz, sin control de tracción por supuesto.
La distancia en carrera entre los más talentosos y sus perseguidores era enorme debido a que la habilidad del piloto marcaba mucho más la diferencia entonces. En 1989 tuvo que hacer una salvada imposible, de la cuál no hay fotos ni vídeo al ser durante los entrenamientos libres.
Acababa de salir, con neumáticos fríos y rápidamente lo volvieron entrar de nuevo a boxes, cuando le preguntaron por aquello afirmó en tono bromista: “Salvé la caída, pero me metí en boxes para… pues para tomar una Pepsi” cuando en realidad fue para recobrar el aliento tras tal susto, porque un “highside” con una 500cc a más de 200 Km/h podía tener consecuencias muy graves. Tal vez le tocó cambiar la ropa interior aunque nunca lo reconociera.
No existe su historia sin Wayne Rainey, como tampoco la del tricampeón sin él, va ligada. Juntos protagonizaron algunos de los mejores duelos de la historia como Suzuka ’89 o Hockenheim ’91 donde Schwantz le ganó con aquella mítica apurada de frenada en la última vuelta que pasaron por el Motordrome.
Considerada por muchos el mejor adelantamiento visto, ante los micrófonos estuvo aún más hábil para inmortalizar aquello de “I wait til I see God, then I brake”, esperó a ver a Dios para agarrar los frenos y adelantar a Wayne. Unas carreras antes vivimos otra carrera memorable, a cuatro bandas entonces con el propio Rainey, Doohan, Kocinski y Schwantz, en la que el 34 se llevó la victoria, “Suzuka ’91 fue como jugar en las Vegas. Intentas jugar bien y estar en el lugar adecuado en el momento preciso”.
Hubo un momento que marcó el final de una era en MotoGP, en Misano ’93 se acabó realmente el dominio americano que comenzó en 1978 con la llegada de Kenny Roberts a 500cc, como el “Marciano” que se convirtió en el “Rey”. Rainey sufría un grave accidente, saliendo “por orejas” en la curva 1, que le ocasionó una lesión en la espina dorsal que le postró a una silla de ruedas.
Una tragedia que hizo finalizar bruscamente su duelo contra Schwantz, que se hacía con el título de campeón entonces en la categoría reina. Para la siguiente cita en Laguna Seca, una vez confirmadas las consecuencias el tejano no dudó un instante y dijo: “Renunciaría a mi título de campeón si con eso Wayne Rainey estuviese de vuelta entre nosotros”.
Aquello marcó no sólo el final de Rainey, sino también el suyo aunque siguiese corriendo. En 1994 empezó a ver los muros más cerca, el peligro de ir sobre la moto. Sufrió lesiones y pronto se dio cuenta que no se lo pasaba bien, motivo por el que empezó a competir: “Te empeñas tanto en ser el mejor que tienes que decirte a ti mismo que es divertido, porque si deja de serlo no merece la pena seguir”.
Schwantz cuenta como fue determinante un viaje en avión que hicieron juntos. Con el 34 aún en activo, se sentó al lado de Rainey y ambos se sinceraron juntos. Pese a lo mucho que se habían “odiado”, ambos pasaron la línea del respeto para empezar a labrar una amistad juntos que aún perdura. Poco después, tras tres carreras disputadas de 1995 y 34 puntos en el casillero, Schwantz daba la rueda de prensa de Mugello con lágrimas en los ojos para anunciar su retirada. “Rainey me aconsejó dejar las carreras si tenía la sensación de estar corriendo para satisfacer a otros” y Kevin supo entonces qué debía hacer.
El “pajarito” como se le conocía en nuestro país, demostró que pese a vivir uno de los duelos más duros de la historia de nuestro deporte contra Rainey, siempre reinó el respeto mutuo. Finalmente llegó la amistad entre dos tipos que vivieron vidas paralelas: mismos miedos, esfuerzos, sufrimiento, pasión, éxitos… Schwantz reconoció recientemente en la web oficial de MotoGP: “Ganar el campeonato, obviamente fue algo muy importante para Suzuki, para mí, pero tener a Wayne Rainey con aquella lesión, hizo que el mundo de la competición dejara de tener interés para mí. Seguía queriendo correr pero no tenía aquella persona en la que fijarme, que admirar, por la que superarme a mí mismo. Mi adversario ya no iba a volver. No había nada que realmente me pateara el trasero y me motivara”
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