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Singular viaje a Marruecos: parte 1

29 Oct. 19 | 16:00
Imagen: Jesús Gutiérrez
Imagen: Jesús Gutiérrez

El planificar un viaje a Marruecos es relativamente fácil. El llevar a cabo después estos planes, es harina de otro costal. Os quiero contar como ha ido nuestro último viaje al país vecino, en el que nos ha pasado casi todo lo que nos podía pasar. Esta será la primera de varias entregas, con las más curiosas situaciones.

Preparativos

En un artículo anterior (Viajar a Marruecos en moto) os contaba una serie de consideraciones que debemos tener siempre en cuenta para hacer un viaje como este. Es un viaje sencillo, relativamente barato y salvo excepciones, bastante agradable y divertido. Todos esos pequeños detalles que se aprenden a base de salir de viaje una y otra vez, quedan acomodados en tu cabeza. Así que cuando te pones a hacer los preparativos, cosas como hacer una pequeña lista con qué cosas llevas en cada bolsa, es algo completamente mecánico. Al menos para mí. No así para mis compañeros de viaje: Oscar, Jose y Miguel.

Salimos un viernes por la mañana, desde Madrid capital, en remolque y furgoneta. Íbamos cuatro motos y nos repartimos en los dos vehículos por parejas. Nuestro destino era Granada, donde uno del grupo tiene una casa con terreno y podríamos dejar allí los coches, acortando así el trayecto de aburrida autovía en moto. No habíamos salido, cuando ya íbamos condicionados por el primero de los olvidos. Uno de mis amigos, Miguel, tenía caducado el carné de conducir. Al haberse dado cuenta de esto el día anterior a nuestra partida, solo encontró una jefatura donde, además de lanzar el trámite de renovación, le expidieran el carné internacional en el acto: Jaén. Nuestra primera parada no planeada sería allí. Pero no habíamos avanzado ni 200 kilómetros, cuando el segundo de los olvidos salió a flote: ¡Miguel se había olvidado las botas de moto en casa! Y si bien en carretera se puede circular sin ellas, con el riesgo de no ir protegido, en campo es completamente inviable. Nuestro viaje iba a ser una mezcla de campo y carretera, con lo que también en Jaén tuvimos que buscar una tienda de motos y tuvo que comprar unas botas de enduro a ultimísima hora.

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Primera parada planeada

Sin más importunos llegamos a Granada. Allí comimos copiosamente, sin tener en cuenta el trayecto que nos esperaba en moto justo después. Nos ataviamos con la impedimenta motera, amarramos los petates a las motos y nos pusimos en marcha. Nuestro objetivo era estar en el puerto de Almería antes de las nueve de la noche, para hacer el check-in del ferry sin prisas. 160 kilómetros de aburrida autovía en la que de nuevo tuvimos un ligero inconveniente. Hicimos una parada para abrigarnos, ya que la tarde caía y Miguel iba excesivamente fresco. Otro de mis amigos, Oscar, se bajó de la moto con la bota derecha empapada en aceite. Cuando nos agachamos a buscar la fuga, nos dimos cuenta que el retén de la barra derecha de la horquilla, estaba perdiendo aceite de una manera bastante escandalosa. Como no teníamos mucho tiempo, decidimos tirar hacia el puerto y allí haríamos por mirarlo.

Y así fue. Nada más llegar al puerto de Almería, hicimos el check-in y nos dispusimos a ver cómo mitigar la fuga del retén de la horquilla, de su KTM 690. Como entre todos llevábamos un poco de herramienta variada, Miguel tuvo a bien de echar en su bolsa un útil para limpiar retenes. Desmontamos el guardapolvo, el protector de la horquilla, introdujimos la lengüeta del útil y giramos alrededor de la barra. Salió un poco de suciedad, pero parece ser que era suficiente como para hacer perder aceite a la barra. Una vez limpio y seco todo, montamos lo desmontado y la horquilla no dio más guerra en el viaje. Y digo la horquilla, por la KTM nos dio un quebradero de cabeza importante, unos días después.

Imagen: Jesús Gutiérrez

Salir de Melilla

Dormir en un camarote, acompañado de tres tíos fornidos y roncadores profesionales, se antoja harto complicado. Pero gracias a unos tapones para los oídos, inolvidables en todo viaje que se precie, pude conciliar el sueño durante unas horas. Pero rápidamente, a las siete de la mañana, el ferry atracaba en Melilla. Al bajar del barco apreciamos que mi luz trasera se había fundido, así que después de desayunar y después de haber repostado, cambiamos la bombilla y nos dirigimos a la frontera. No había una cola excesivamente larga, pero la agilidad de la moto te permite colarte y lanzar el trámite rápidamente. De nuevo, el descuido se hacía con nosotros y de nuevo, Miguel, fue protagonista.

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Con el trajín de mostrar el pasaporte y la documentación de la moto, su móvil se cayó al suelo. No se dio cuenta hasta dos o tres minutos después. Ninguno de nosotros lo oímos o vimos. Pero en el suelo debió durar menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Cuando nos giramos a mirar, el móvil había desaparecido. Seguramente ya estaría formateado y anunciado en Wallapop. Hay que estar muy atentos en las fronteras, ya que siempre hay gente queriendo sacar provecho del caos. Unos ofreciendo ayuda para realizar los trámites, otros simplemente mendigando unos euros y otros atentos a lo que pueda caer en sus manos.

Comienza el viaje

Resignados, pero ya en tierras marroquíes, por fin empezaba el viaje de verdad. La etapa se antojaba larga, ya que atravesaríamos el Plateau du Rekkam: una extensísima meseta prácticamente deshabitada, donde el horizonte es lo único que tu vista alcanza a ver. Pero de cómo se nos dio la primera paliza por campo y de la ausencia de gasolineras donde repostar en este basto terreno, os cuento en la próxima entrega!

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