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Motos más humanas

28 Ene. 20 | 16:16
Foto Yamahamotorsports.com. R1, 200 cv y 21.000€

Hasta hace no mucho tiempo, las motos de 100 cv eran una auténtica pasada. Ahora, los 200 cv son una potencia casi normal. ¿Que nos está pasando? A los usuarios de la calle no nos hacen falta motos tan potentes, tan sofisticadas ni tan veloces. ¿Para qué las queremos?

Los fabricantes nos siguen ofreciendo motos con 200 cv o más, capaces de llegar casi a los 300 km/h. ¿Por qué lo hacen? ¿Por temas de “ego” o de marketing? Desde luego no lo hacen pensando en los usuarios normales y en el día a día. Más aún, muchas motos que podemos comprar hoy día tienen una relación peso potencia de 1 kg/cv (o incluso menos). Para entendernos, casi la misma que tiene un F1 actual. Por tener referencia de un coche deportivo: un Porsche 911 Turbo de 540 cv tiene una relación peso/ potencia de 3,0kg/cv. Es decir; cada CV tiene que empujar 3,0 kg. Y el coche vuela…

Foto Porsche.com. 911 Turbo 3,0 kg/cv. Precio: 203.000€

Y para que os hagáis una idea más precisa, la normativa A2 exige una relación potencia/peso de 0,2 kw/kg (calculado al revés y en kw… cosas de los políticos). Que es lo mismo que una relación peso/potencia de 4,0kg/cv, sacados de una moto de 180 kg de peso aproximado y limitada a los 45 cv de potencia. Cualquier moto que esté en el entorno de los 200 kg y 100 cv tendrá una relación peso potencia de 2kg/cv. Esta sigue siendo una excelente cifra que mejora y mucho la de cualquier deportivo de 4 ruedas. ¿De verdad necesitamos más?

Es verdad que un superdeportivo no está al alcance de cualquiera ya que hablamos de precios muy superiores a los 100.000€ o más… Pero las motos más potentes ya las consigues en el entorno de los 20.000 o 25.000€, que sí son precios al alcance de muchos bolsillos. En los coches, el filtro “anti-descerebrados” lo pone su propio precio, pero en motos no lo hay.

Hoy día los fabricantes nos proporciona motos que no podemos controlar (por los 150/ 200 cv), que no podemos aprovechar (por las limitaciones de velocidad y medioambientales) y que no sabemos usar (porque no hemos aprendido a hacerlo). Por el contrario, las administraciones públicas son felices con estas motos, porque nos cobran más impuestos, porque nos multan, y en general, porque generan una espiral de gastos muy conveniente a sus intereses. Jacques Ellul, sociólogo y filósofo francés, ya lo apuntaba con claridad: “Un exceso de tecnología la aleja del ser humano y pasa a ser una finalidad en sí misma”.  “La tecnología deja de tener conciencia humana para convertirse en eficacia y rendimiento por encima de otras consideraciones”.

Y si lo piensas fríamente, tanta tecnología en las motos las aleja de un uso coherente, lógico y razonable. Las deshumaniza y las desapasiona… la tecnología que permite los actuales excesos de potencia y de velocidad en realidad, no nos ayuda tanto. Ayudará al que se compra una moto por postureo o por imagen. O a aquellos cocheros que se compran una moto y esperan encontrar en ella tantos gadgets electrónicos como lleva su coche. Pero el motero que compra una moto por pura pasión, por espíritu aventurero (aunque esto, cada vez menos), por buscar algo más de libertad o incluso por adoptar un estilo de vida algo diferente, no desea ni aprecia esta huída hacia delante de los fabricantes en ver quien es el mejor.

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Los que ya tenemos una edad y somos baby boomers o los adelantados de la generación X… ya llevamos muchos kilómetros recorridos. Esto ya lo hemos entendido, pero los millennials o la generación Z no. Hoy día se podría disfrutar de una moto menos marketiniana, menos tecnológica, menos potente… y más lógica en su relación peso potencia. Hablamos de motos de calle, no de circuitos.

Foto bmw-motorrad.es. Una moto lógica: BMW F 900R, 105 cv, 2 kg/cv

Hace algunos años, motazas como las BMW, Triumph, Ducati, Kawasaki, Honda, Suzuki o Yamaha de 750/1000cc, todas en el entorno de los 80/100 cv permitían hacer salidas ruteras, deportivas o de turismo. Motos con potencia útil… y que por tanto, podíamos usar y dominar. Motos que ya entonces daban mucho más que lo suficiente. Y cuya relación peso/potencia nos permitían mejorar nuestro control sobre ellas. Eran motos humanas, a la medida de nuestras posibilidades. Que podíamos controlar en varios aspectos: conducción, mantenimiento y conocimiento.

Pero ahora parece ser que 100 cv son pocos. Y si no hay ABS, embrague antirrebote, mapeos de conducción, suspensión electrónica, testigo de marcha engranada, control de salida, control de tracción, control de velocidad, ordenador de abordo, control de presión de los neumáticos, o el nuevo PIT Limiter para usar en ciudad, la moto es una “castaña”. Y ya tenemos encima el IMU, la conectividad: puerto USB, conexión al móvil vía app, emergency call…. Tristemente, la electrónica nos hace creer que somos mejores conductores de lo que en realidad somos. Y luego pasa lo que pasa porque todo parece más fácil.

Pero esa facilidad es una trampa. Porque nos evita pensar, aprender y conocer nuestra motoElimina el proceso de aprendizaje de un plumazo. El aprendizaje se produce cometiendo errores y corrigiéndolos, pero una moto muy potente no perdona los errores… ni mucho menos permite corregirlos, bien porque no da tiempo o bien porque la tecnología nos lo ha impedido. Quien se crea que se compra una moto de casi 200 cv y va aprender a manejarla en la calle, se equivoca. Mucho. No en carretera, desde luego.

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Hoy día, un chaval con 2 años de experiencia de A2 ya puede comprarse un misil tierra-tierra. Y también nos encontramos con moteros que no llevan ni 5 años de carnet de conducir que expresan tranquilamente que 140 o 150 cv son pocos. El tema de la potencia se nos ha ido de las manos. Aunque todo es muy opinable, cualquier moto entre 60 y 100 cv es más que suficiente para disfrutar de una moto por la calle, ya sea en modo deportivo (curvas y más curvas), o en modo touring.

Y de cualquier forma, ¿para qué más potencia?:  Si ya no podemos correr (y cada vez va a peor), si estamos obligados a consumir y contaminar lo menos posible… ¿para qué demonios queremos llevar bajo el trasero un motor de 150 cv, o más? Estamos pagando una moto, un mantenimiento y un seguro de algo que apenas vamos a poder aprovechar. Sí, de nuevo nuestro ego nos hace un flaco favor.

Por otra parte, las nuevas generaciones de moteros no vienen bien preparados ni bien enseñados para conducir estas motos con un mínimo de seguridad. Ellos creen que sí, pero la realidad es que no. Los ves en carretera apretar en las rectas, pero cuando llegan las curvas, llegan también los problemas.

La potencia nos da velocidad y aceleración. En recta, más o menos se puede controlar (y aún así), pero en curvas las cosas se complican, y mucho. Lo fácil es que las reacciones de la moto sobrepasen las capacidades del conductor poco experto porque la reacción del conductor siempre será más lenta que la de la moto (y eso si hay reacción, que no siempre) ya que las leyes de la física actúan casi instantáneamente: fuerza centrífuga, fuerza centrípeta, efecto giroscópico y el peso de la moto van muy rápido en cuanto se presenta algún problema y sólo la experiencia y los automatismos nos permitirán salir del apuro. En muchas ocasiones, la pericia del conductor es incapaz o incluso inexistente para contrarrestar los problemas… con la rapidez necesaria para evitarlos.

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Y al final, pagamos todos. O peor aún, pagamos justos por pecadores. A los que sí controlan, a los que sí saben les toca aguantar cada vez más multas, más leyes, más controles y más presión por culpa de los que creen que saben y no saben y por culpa de los descerebrados que creyeron que comprar una moto de muchos caballos y aprender a conducirla en la carretera era muy fácil.

Al final, hay una enorme contradicción entre las motos que nos ofrecen los fabricantes y las presiones sociales y medioambientales a las que nos enfrentamos. Y también entre las motos que nos ofrecen los fabricantes y el nivel de conducción del motero medio. Quizás si los fabricantes hubiese “echado” el freno, ahora tendríamos menos presiones, menos leyes coercitivas y algunos moteros hubieran tenido un aprendizaje sensato y gradual.

El día que Kawasaki presentó su H2R fue una gota más en el vaso de los “anti motos”. Quizás Kawasaki se ayude a sí misma con esta moto, pero desde luego a los moteros no nos ayuda nada, más bien al contrario. La Kawasaki H2R no hace más que añadir mayor presión a nuestro entorno. ¿Para qué queremos una moto que coje los 400 km/h? Ni en MotoGP se ponen a tal velocidad.

Foto kawa-go.kawasaki.es. H2, 231 cv por 32.500€
Foto Ducati.com. Panigale, 214 cv, 26.200€

Estamos presos de una terrible adicción a la potencia y a la dependencia tecnología. Somos como zombies buscando tecnología y potencia. Y parece que estamos tocando ya fondo. Deberíamos saber, como bien afirma Jason Penske que una reducción del peso (y por tanto reducción de masa) y un mayor par proporciona más diversión y control que un aumento de potencia. Al menos para un uso normal para la calle.

Y en general, ¿para qué necesitamos motos de más 150 cv para irnos con nuestra pareja a hacer un viaje de verano, por ejemplo? No digo que haya que comprarse una Harley, por aquello de que “Harley ha creado la  forma más eficiente de convertir la gasolina en ruido sin incrementar la potencia”. Pero Harley sabe lo que se hace…

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Mucha más sensatez y humildad en los compradores de motos haría que los fabricantes empezaran a abandonar esa escalada de tecnología y potencia que a la inmensa mayoría de los moteros no nos ayuda en nada. No nos ayuda en lo personal porque los fabricantes tratan de compensar con mayor tecnología la falta de pericia del conductor medio. Y ese círculo vicioso hace que el conductor medio no aprenda. Y tampoco nos ayuda en lo social porque este tipo de motos tan potentes son siempre la diana de las críticas medioambientales y de seguridad que con mucha facilidad llegan al mundo de la moto.

Así que desde aquí, clamamos por una motos más humanas y más pasionales, más racionales y lógicas y que podamos controlar y dominar y que por lo tanto, nos permitan disfrutar la moto con una mayor seguridad. ¿Clamamos desde el desierto?

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