“Lo bonito de mis fans es que siempre han llorado”
(Dani Pedrosa, en El silencio del samurai)
Dicen que al llegar la noche y cerrar los ojos, la puerta de los párpados separa el mundo exterior de nuestro universo íntimo, poblado por silencios y emociones que se abrazan durante el sueño. En noviembre se cerró la puerta del box 26, una puerta que no se abrirá este fin de semana en Qatar. Tras esa puerta quedó el ruido de las carreras y de las celebraciones; el móvil ardiendo con mil mensajes de mil amigos; el hormigueo en el warm-up; el corazón a 200 en la salida; la angustia de esperar a que pasara por meta.
Todo ha quedado atrás, con una sensación de orfandad y la desolación de las tardes de domingo, cuando todo termina y no tienes ganas de volver a empezar otro lunes. Pero muchas emociones siguen vivas, y algunas lágrimas aún están calientes. Lo que sigue es la historia que vive dentro de mis párpados cuando cierro los ojos. Creo que muchos pueden compartirla, y agradezco a MotoSan que me permita hacerlo desde sus páginas.
Deseo a Pedrosa todo lo mejor, en todo lo que quiera hacer. Lo dio todo en la competición, y sé que hará bien todo lo que se proponga. Es justo que pueda elegir hacer otras cosas, dedicarse a sí mismo, a su familia. Parece inevitable que, sin él en las carreras, olvidemos poco a poco al piloto de Gran Premio. Y sin embargo, ahora que ya no está, el recuerdo de Dani crece cada día, y sus huellas caminan siempre delante de mí. ¿Por qué? Puede haber tantas razones como gargantas han coreado su nombre, como manos le han aplaudido. Yo quiero contaros las que surgen tras mis párpados, cuando el torrente de recuerdos y emociones se desborda.
Porque es un grandísimo piloto y un Campeón, por supuesto. Por su pilotaje elegante, que busca la comunión con la moto para bailar con ella. Por todas sus victorias y sus campeonatos. Sepang 2003, Philip Island 2004 y 2005, Shangai 2006, Montmeló 2008, Brno 2012, Misano 2016, Jerez 2017… El samurai siempre se abrió paso combatiendo con su espada.
Porque ha ganado a todos sus rivales. A Rossi, a Stoner, a Lorenzo, a Dovi, a Márquez, a Maverick. A todos. Y todos ellos destacan sus cualidades como piloto, las dificultades de su físico, su mérito extraordinario, su conducta siempre caballerosa, deportiva en el mejor de los sentidos. Jorge dice que comenzó el deshielo cuando Dani le llamó para interesarse por él, tras una lesión. Valentino se siente seguro en una lucha al límite con Pedrosa. Dovizioso cuenta como, cuando abandonó Honda, Dani se despidió de él a solas, con un abrazo, sin palabras. También con un abrazo selló el momento más terrible, con Paolo Simoncelli. Así se ha forjado también la espada del samurai.
Por su entrega, resistencia y coraje, sin duda. Porque siempre, siempre, ha vuelto para ganar. No recuerdo que ningún otro piloto haya tenido que enfrentarse tantas veces al dolor (“lo que más me duele es ver apagarse las luces del quirófano”), y rehacerse una y otra vez de los golpes (ni siquiera Doohan tuvo que penar tanto, tantas veces). Dani siempre regresaba para vencer (Welkom 2004, Laguna Seca 2009, Sachsenring 2011…), pero los golpes seguían doliendo. Doliendo hasta el final. Pero nunca hicieron caer la katana de su mano.
Porque, en un mundo que compra y vende las sonrisas al peso, Dani se atreve a hablar de la belleza de las lágrimas (“lo bonito de mis fans es que siempre han llorado”). En el teatro del mundo, donde todos nos empeñamos en desempeñar un papel, Pedrosa habla despacio, con sinceridad y sin estruendos: “yo era poco atrevido, más cauteloso que los otros; me tenían que empujar, decirme ‘tú puedes con ese, eres igual de bueno o mejor’… incluso cuando llegué al mundial”. Una persona que huye del ruido, que necesita el silencio para encontrarse con sus emociones. Alguien con quien puedes identificarte porque ofrece su verdad, no un modelo publicitario. Sientes que puedes andar a su lado, porque camina pegado a la tierra aunque sus triunfos le hayan llevado a lo más alto.
Porque no sabe fingir, porque se cabrea cuando las cosas no salen, sonríe cuando van bien y llora cuando no puede, ni quiere, evitarlo. Por su amor por su familia. Por su complicidad con los niños: ellos le conocen, saben quién es Dani Pedrosa. Por eso se acercan a él, tanto como él a ellos. Porque comparten un lenguaje secreto, hecho de gestos, de miradas y guiños, más que de frases tópicas. Dani dice que no ha terminado de encajar del todo en el mundial de las estrellas, que no siempre ha conseguido explicarse, hacerse comprender. Lo que sucede es que, como saben los poetas, las emociones son a las palabras como un pie del 48 a un zapato del 36. Y a veces cuesta expresar, desde la verdad, tu verdad. Por eso Dani no da titulares y se pronuncia más con silencios que con discursos. Por la sonrisa franca, la mirada recta, las palabras justas y las lágrimas, ciertas. Esas lágrimas que han servido para templar el acero de su espada.
En Cheste Dani Pedrosa bajó de su moto. El samurai hundió la katana en la piedra, como la Excalibur del rey Arturo. Y nadie volverá a empuñarla, nadie podrá sacar la espada de la piedra. ¿Y yo? También he llorado: de alegría, de emoción, de tristeza, de rabia. He llorado contigo, y contigo he saboreado el valor de la verdad, de la lealtad, del Deporte con mayúsculas, de la resistencia, del aprendizaje que ha de durar toda la vida. Por eso no cambiaría estos años por ningún título del mundo. Contigo siempre, “hasta la última curva de la última vuelta”. Porque tu espada, la que tú hundiste en la piedra, se clavó también en lo más profundo de nuestros corazones. Y nadie podrá quitarla de ahí. Jamás.
Seguiremos viendo carreras, habrá duelos que elevarán nuestras pulsaciones y nos emocionaremos con otros pilotos. Pero las lágrimas, si las hay, tendrán otro sabor. Cuando el domingo arranque la carrera, yo recordaré la espada del samurai, inmóvil en la piedra, brillando orgullosa y venciendo al olvido. Y lloraré.