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MOTOSAN | MOTOGP, MOTOCICLISMO Y COMPETICIÓN. "Life is Racing"

La experiencia es un grado… o no

22 Feb. 19 | 20:00

No creo que haya mucha gente que ponga en duda la frase con la que abro mi segundo artículo en Motosan. Nuestros padres nos lo han repetido hasta la extenuación. Nuestros profesores nos han hecho ver que el dominio de aquello que se emprende mejora con la práctica. Lo hemos comprobado en nuestras propias carnes cuando nuestra conducción ha mejorado con los kilómetros. ¡Pero si hasta el diablo y el zorro saben más por viejos que por ángeles caídos y protagonistas de fábulas!

Es cierto que hay momentos en los que la experiencia, la probada y acumulada experiencia, nos hace afrontar con seguridad situaciones, a priori complejas, nos permite resolver con diligencia momentos complicados y nos ayuda a tomar decisiones delicadas. De aquí el grado.

No obstante, también hay ocasiones en las que la experiencia muta en costumbre. Momentos en los que la confianza que transmite la acumulación de kilómetros no solo nos hace automatizar la forma de conducir, algo que es obviamente bueno, sino que nos hace tomar decisiones por inducción.

Por inducción me refiero a la toma de decisiones basada en los acontecimientos pasados haciendo una predicción de futuro. Algo así como:

“si ante una situación pasada actué de tal manera, y el resultado fue positivo, entonces, ante una situación futura similar, actuando igual, el resultado será igualmente bueno”

Esta forma de razonar funciona mejor o peor dependiendo de lo similar que sean ambas situaciones. Y es aquí, en la comparación de situaciones donde nos podemos equivocar. Cuando erramos por debajo, es decir, la nueva situación es más sencilla, no hay ningún problema, como mucho pecamos de prudencia. Pero si al comparar cometemos el error por encima, infravalorando la situación, podemos pecar de imprudentes. ¿Qué quiero decir con todo esto? Sigue leyendo y verás como lo descubrí en mis propias carnes.

De las dunas al Alto Atlas

Hace unos meses, hice una ruta de nueve días por Marruecos en compañía de unos amigos, tres motos en total. Después de muchos kilómetros, tocamos nuestro punto más al sur, las Dunas de dunas de Erg Chebbi en Merzouga, y tocaba volver. Los días anteriores, en nuestra travesía hacia el sur a través del atlas, descubrimos que las carreteras en ocasiones no son tal, pero aunque sin demasiada experiencia por caminos y sin tacos, los tramos de camino no salieron bien y disfrutamos de unos paisajes dignos de un documental de La 2.

Paisajes de La 2
Paisajes de documental de La 2

Tras ver amanecer en las dunas, y para no repetir por la N12, tomamos rumbo a Tinejdad, lo que nos llevaría por la N10 a buscar el desvío de la R704 en el que se encuentra la garganta del Dadès. No recordábamos si las gargantas a visitar, Dadès y Todra, estaban en la misma carretera, así que optamos por las primeras para ver las famosas Z’s que hace la vía en su ascenso. Los navegadores se empeñaban a devolvernos a la R703 para llevarnos a Agoudal, así que forzamos la ruta, como ya habíamos hecho antes, marcando Iznaguen como punto intermedio. Ahora sí, la carretera transcurría por el río Dadès y nos llevaba a nuestro destino sin desandar kilómetros. Primer error.

Las dunas de Merzouga
Amanece en las dunas de Merzouga

En Boumalne Dadès, donde comimos el consabido tajine de cordero y un cus-cus de pollo que aunque no fueron los mejores estaban buenos, cambiamos de carretera para seguir el curso del río. Empezamos a subir por la garganta, llegamos a la zona de las Z’s, nos hacemos la foto de rigor desde la cima y seguimos rumbo a Agoudal. La carretera iba perdiendo asfalto hasta terminar siendo una pista en bastante buen estado.

Garganta del Dàdes
Las Z’s de la garganta del Dadès

No se en que momento exacto ya se había convertido en camino, pero desde Iznaguen seguro. Quedaban solo 50 kilómetros, y aunque los navegadores daban más de hora y media, nos parecía asequible. Serían las cinco de la tarde, por mal que se nos diera, teniendo en cuenta la experiencia en pista de unos días atrás, no se nos haría de noche, algo que queríamos evitar a toda costa. Segundo error.

Se acaba la carretera
Se acaba la carretera

Al salir de Iznaguen, vimos bajar unos todoterreno por el camino que debíamos seguir. Eran unos portugueses que hacían la ruta inversa a los que preguntamos por el estado de la pista. Nos dijeron que era transitable, sobre todo para motos como las nuestras, y aunque había algo de barro y nieve y riesgo de pinchazo (ellos pincharon dos veces) se podía cruzar perfectamente. Confiando en sus palabras y ante la posibilidad de hacer 200 kilómetros extra si dábamos la vuelta, seguimos hacia arriba. Tercer error.

Llegan los portugueses
Llegan los portugueses

El tramo de subida era complicado pero factible. Mucha piedra suelta, que para las GS no eran problema, pero para la 1200 R de uno de mis colegas si. La poca altura de su chasis, la ausencia de cubrecárter y las gomas de carretera le hacían mas complicado avanzar. Así, aunque con algún que otro susto, subimos perfectamente. En el lado negativo, tardamos más de dos horas en hacerlo y dado que nos quedaban 25 kilómetros y ya eran las siete de la tarde, que se nos echara la noche encima parecía inevitable. Aun así, pensando en que ya solo quedaba bajar, creímos que llegaríamos en un par de horas como máximo. Cuarto error.

Subiendo
La subida se complica un poco.

Al empezar a bajar vino la primera caída. Una de las motos deslizó la rueda delantera en las piedras sueltas y acabó en el suelo. Antes de que nos diéramos cuenta mi amigo ya la había levantado y seguíamos hacia adelante. Vimos a unos Boys Scout alemanes que se preparaban para pasar la noche en una especie de corral situado en la cima del Col du Ouano, muy cercana a los 3.000 metros de altitud. Charlamos un momento con ellos justo antes de que apareciera el barro. La cima estaba llena de neveros que se deshelaban dejando tramos de camino muy embarrados. Los 4×4 de los portugueses que pasaron unas horas antes dejaron unas roderas muy marcadas que hacían muy complicado pasar sin tacos y con las motos cargadas. Nos hundíamos y se embozaban las ruedas. La falta de luz lo complicaba.

A 3.000 metros
Col du Ouano (2.910 m)

Y llegó el rosario de caídas. Uno tras otro empezamos a dar con nuestras monturas en el suelo, primero de forma contable y luego incontable. Eran caídas tontas, pero cansaban. Las motos, sin daños aparentes, aguantaban, y nosotros no podíamos rendirnos. Los kilómetros pasaban de uno en uno al mismo ritmo que las horas. En las siguientes tres horas y media solo hicimos 10 kilómetros.

Por los suelos
La moto por los suelos

La noche se hizo evidente (ya no hay fotos), y aunque la luna llena nos facilitaba algo la visión y las GS alumbran mucho, la falta de luz ponía las cosas muy difíciles. Los tramos embarrados cada vez eran mas largos, levantar las motos cada vez costaba más y la desesperación hizo presa en alguno de nosotros. A partir de cierto momento, los regueros seguían el camino por lo que ya no eran tramos de barro a atravesar, sino un camino de barro por el que avanzar.

Pero como todo es susceptible de empeorar (no llovió pero en algún momento pareció que lo iba a hacer), llegamos a un paso verdaderamente difícil. Un nevero ocupaba una gran parte del camino, aunque por suerte el día anterior habían despejado lo justo para pasar (obviamente, esto lo supimos luego). El caso es que debíamos atravesar un largo tramo flanqueado dos metros de nieve, formado por grandes roderas de hielo y barro. En un principio pensamos que era imposible, pero no nos quedaba mas remedio que avanzar. Eran las diez de la noche, en medio del Atlas a 2.800 m de altitud. Solos en la nada. Aun así, con más pena que gloria pasamos ese tramo y los que vinieron detrás, cuando de repente, aconteció la sorpresa de la noche.

De repente, vimos aparecer dos luces pequeñas que avanzaban hacia nosotros. No eran coches, ni motos, sino dos pastores que venían con dos pequeñas linternas a ofrecernos ayuda: Hatou y Said. Estos dos cabreros bereber, nos ofrecieron dormir en su maison, vamos, en su cabaña y nos guiaron hacia ella. En principio les seguimos por el camino. Nos indicaban por donde había menos barro, incluso sacándonos de la pista por un atajo evitando un trozo muy embarrado. Probablemente fue una insensatez salirnos del camino, lo único que teníamos seguro, para seguir a un par de tipos que aparecen en medio de la noche, por mucho menos nos reímos de los protagonistas de las películas de miedo, pero lo hicimos, suponiendo el primer acierto de la noche.

Tras seguirlos un rato llegamos a donde tenían la cabaña, a escasos 50 metros del camino. Nos acercamos a ver de que se trataba intuyendo en la oscuridad absoluta, que no era más que el corral de las cabras. Tras una deliberación, decidimos seguir camino, al asegurarnos que había un auberge a 5 kilómetros. En ese momento aún nos faltaban casi 20 km para nuestro destino, por lo que teníamos que decidir entre la maison de Hatou y Said, llegar a Agoudal o buscar el auberge que nos decían los pastores. Optamos por esto último, que, por fin, resultó ser la decisión correcta. Nos despedimos de nuestros amigos con un abrazo y un poco de dinero y seguimos ruta.

A partir de aquí había menos barro, y empezamos a rodar de continuo, sin caídas ni paradas, pero la noche y el cansancio habían hecho mella. Visto y no visto, la Adventure acabó metido en una zanja profunda y mi amigo volando por los aires. No vio una grieta que atravesaba el camino y se metió de lleno en ella. Él estaba bien, pero la moto, de más de 300 kilos cargada, estaba dentro de una grieta aunque con la rueda trasera por fuera. Imposible sacarla entre los tres. Las 11 de la noche, después de 13 horas de ruta y agotados parecía imposible. De pronto, otro pastor del que no recuerdo el nombre, apareció de la nada para ayudarnos.

Entre cuatro, sacar la moto no parecía imposible, aunque si una proeza. Después de quitar las maletas para aligerar peso, y no sin esfuerzo, conseguimos sacar la moto. Milagrosamente, no tenía daños de importancia y funcionaba perfectamente. Tras agradecer a nuestro a nuevo amigo la ayuda y confirmar la existencia del auberge, seguimos adelante. De repente, en lo alto, vimos otra linterna en la oscuridad. Era Basou, el dueño del buscado alberge, haciéndonos señales. La alegría fue indescriptible. Por fin algo bueno. Bassou nos guió hasta la entrada y tras subir un pequeño tramo por fin teníamos un sitio donde pasar la noche. Eran las 11 y media de la noche y había 4ºC. El techo era imprescindible.

Se trataba de un pequeño refugio sin electricidad, como no podía ser de otra forma, con tres o cuatro habitaciones y una sala de estar. Bassou nos estuvo contando cosas sobre el camino: la dificultad por el barro, la limpieza de los neveros solo dos días antes y lo que nos esperaba hasta Agoudal. De haber seguido, debíamos haber atravesado cuatro veces el río que se formaba en la cumbre. Como vimos al día siguiente, no se trataba de pasos difíciles, pero si los tenemos que hacer por la noche no se como habríamos terminado.

En la seguridad del hotel y con un té caliente en la mano empezamos a valorar el día. Con final feliz, posiblemente será la aventura de nuestras vidas, pero podía haber sido una pesadilla.

Auberge de Basou
Auberge de Basou
Conclusiones

Conforme escribo esto, descubro más aún, cuan imprudente fue nuestra osadía. Buscando referencias de la carretera, la he encontrado en www.dangerousroads.org, algo que no me calma precisamente. Valorándolo después, el cúmulo de desgracias fueron consecuencia de varios errores de cálculo, del tipo de los que hablaba al principio. Parecen decisiones inteligentes guiadas por la experiencia, pero son inducciones erróneas, es decir, extrapolaciones con premisas similares, pero no iguales.

Eso si, es una nueva experiencia que intentaré usar lo mejor que pueda.

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